El hombre se presentó una mañana en casa, dijo ser hermano de Nélida Fernández y solo se quedó unos minutos. La delicadeza del buen señor y mi deplorable estado de salud, no dieron para más.
Su conversación fue amable y en voz más bien baja. Comentó que venía a cumplir una promesa y me entregó un pequeño paquete envuelto en papel de regalo.
– Era de Nélida – dijo – Me hizo prometerle que algún día se lo traería de parte de ella…
Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo seguir hablando.
El envoltorio contenía un estuche y en su interior un hermoso portaminas de los años 50 con el escudo Justicialista, la inscripción “Flota Mercante del Estado” y las imágenes de Evita y Perón.
Con los años lamenté mucho que aquella visita fuera tan breve, pero yo acababa de salir de una operación, tenía aún colocada la canalización y mi aspecto debe haber sido deprimente, de modo que se marchó rápidamente y no volví a saber de él.
Para quienes no la conocieron, Nélida Fernández fue de Jefa del Registro Civil de Moreno, pero por encima de su cargo fue una buena persona, una funcionaria eficiente, servicial, siempre dispuesta. Una empleada del Estado, ejemplar.
MI PRIMER RECUERDO DE NELIDA
Nací en el barrio porteño de Caballito, un 7 de enero de 1947, pero para el tiempo en que cumplí 18 años, ya vivíamos en Moreno y ser infractor a la Ley de Enrolamiento, no era un problema menor. La ley era verdaderamente dura. Había sido sancionada en 1926 y consignaba que “…todo ciudadano está obligado a enrolarse dentro de los siete meses de cumplidos los 18 (dieciocho) años de edad… bajo pena de ser declarado infractor y sancionado con 1 (un) año adicional de servicio militar”
Nunca le escapé al servicio militar, es más, quería hacerlo. Luis Brunati, el abuelo paterno, había regresado a Italia para cumplir con su obligación y a mí me aterraba la posibilidad de ser declarado desertor, pero nuestra familia se encontraba atravesando un duro momento económico y costó horrores reunir los pocos pesos necesarios para las fotos fondo negro que demandaba el trámite. Sintetizando, llegué a la oficina del Registro Civil, a última hora del último día posible: el 27 de junio de 1965.
Iba con enorme temor. Era totalmente consciente de la delicada situación y por otro lado, a pesar de mi juventud, tenía ya sobrada experiencia del maltrato que era posible esperar cuando uno va desde tan abajo. Sin embargo ese día todo fue distinto, gratamente distinto. La oficina del Registro Civil de Moreno funcionaba en un lúgubre local, ubicado frente al palacio municipal, es decir, en la vereda de enfrente, cruzando la plaza Mariano Moreno. Entré cuando la última empleada se preparaba para cerrar y retirarse. Me preguntó para qué iba, miró la documentación que llevaba y se detuvo en la partida de nacimiento. Dijo como para sí misma: 7 de enero del ´47. Giró la cabeza para mirar por encima de los anteojos un almanaque colgado en la pared, se quitó la bufanda, el abrigo y comentó: Lo hacemos ya mismo.
Se ocupó de todo. Llenó las planillas, me hizo colocar de espaldas al marco de una puerta donde tenía improvisado un sistema para medir estaturas, me tomó las huellas digitales, me indicó como llegar a una piletita para lavarme las manos, pegó la fotografía, estampó su firma y media hora después, salía de allí con mi Libreta en la mano. No fue necesario pedir por favor, ni explicar las razones qué me había demorado tanto, ni comentar que me dio vergüenza tramitar la fotografía por la vía gratuita. En el asiento del fondo del colectivo, durante mi regreso a casa, creo que miré doscientas veces la Libreta. Me parecía mentira, el tema me había obsesionado durante meses y ella lo había hecho todo tan sencillo, tan natural. Creí estar soñando. Nunca olvidé ese gesto y aunque pensé en agradecerle, nunca lo hice.
ONCE AÑOS MÁS TARDE
Era enero de 1976. Mi novia y yo habíamos decidido casarnos, pero ambos trabajábamos, los dos teníamos militancia política y gremial, también ambos trabajábamos en un barrio y éramos coordinadores de base de la “Crear”, una campaña de alfabetización impulsada por Dinea con el método de Pablo Freire. O sea… los trámites del civil quedaron para último momento. Dicho sin rodeos, otra vez llegaba última hora y otra vez era recibido por la última empleada en retirarse: Nélida Fernández.
Apenas comenzamos a explicarle nuestra situación, se colocó de nuestro lado. Buscó la lista de casamientos del día 23 y dijo:
– Para ese día están todos los horarios otorgados y no quisiera retrasar las otras ceremonias ni hacer las cosas apurada, así que los voy a ubicar media hora ante, del primer turno y les pido ustedes que sean muy puntuales.
OTROS ONCE AÑOS DESPUES
La peor dictadura de nuestra historia había quedado atrás, cuando me encontré por casualidad con María Luisa Echeverry. “Querido – dijo María Luisa con su particular acento brasilero – es muy injusto lo que hicieron con la Negra Fernández en el “proceso” y vos tenés que hacer algo”.
María Luisa conocía el tema con lujo de detalles. Me contó que la habían separada del cargo con una causa “armada”, de modo que para ese entonces, Nélida Fernández ya no era Jefa del Registro Civil y yo era Ministro de Gobierno. En aquel tiempo, Gobierno era una especie de súper ministerio que incluía lo que hoy manejan tres ministerios diferentes y dentro de la órbita del ministerio estaba la Dirección del Registro de Personas. Por otra parte la explicación de María Luisa fue sumamente detallada y como es ella, sin pelos en la lengua.
– Luisito querido, a la “Negra Fernández”, le hicieron la cama.
No fue necesario realizar ningún esfuerzo para confirmar los datos y menos aún para convencer a nadie de la injusticia cometida. Además, en lo personal, es obvio que me constaba su espíritu de servicio y responsabilidad, pero por si todo eso fuera poco, en cada persona con la cual debí que tomar contacto para resolver el tema, fui encontrando un aliado, alguien que adhería entusiasta a la idea de reivindicar a Nélida. Quien más, quien menos, todos parecíamos tener algo que agradecerle.
No había duda que se trataba de uno más de los tantos atropellos de la dictadura cívico militar y el único problema consistió en estudiar el modo de retrotraer las cosas y hacer justicia.
El camino más sencillo fue actuar a pedido del Concejo Deliberante, tarea en la cual todos los Concejales de todos los bloque brindaron su apoyo y la resolución fue aprobada por unanimidad. Pocos días después yo firmaba la disposición haciendo lugar al pedido y Nélida recuperaba el cargo del que había sido despojada.
En fin… el portaminas Justicialista es una simple excusa para recordar con gratitud, afecto y a modo de homenaje a NELIDA ESTHER FERNÁNDEZ, antítesis de la empleada que gritaba ¡ATRÁS…! en el sketch popularizado por Antonio Gasalla y también, a MARÍA LUISA ECHEVERRY, genuina impulsora de la justa reivindicación. Dos lindas mujeres de mi pago adoptivo.