Proyecto Delta

Básicamente, es un emprendimiento colectivo, tanto por el modo en que se ha ido desarrollando, como por los objetivos que persigue.

Si tuviera que describir en términos muy generales el espíritu que animó la propuesta, diría que tratamos de producir, a una escala reducida, lo que a fines de los sesenta y principio de los setenta, algunos de nosotros soñábamos para nuestro país y América Latina.

Por esa razón, (y por otras un tanto mas complejas de definir), durante mucho tiempo, cuando me pedían que explicara la idea, comenzaba diciendo: “el Proyecto Delta es un proyecto político.” Respuesta en la cual subyacen, anhelos de justicia social, los ideales socialistas, el aroma cercano de la revolución, muchas ilusiones y no menos frustraciones.

Pero para que se comprenda más cabalmente a que me refiero cuando digo estas cosas, tenemos que ubicarnos en el contexto en que el Proyecto Delta nacía: fines de la década del noventa.
Corrupción, liquidación del patrimonio nacional, degradación y desprestigio de la actividad política, vertiginoso incremento de la desigualdad económica y social, desesperanza.
Para quienes habíamos hecho de la política nuestro ideal de vida y servicio, resultaba imposible, absurdo, aceptar las cosas tal como se presentaban. La atmósfera de la política clásica, típica, resultaba irrespirable. No era bueno ser parte de la comparsa que ponía al ser humano al servicio de la economía.

Ante nosotros surgían dos opciones: pasar a la militancia social o radicalizar nuestra postura.
Sin descalificar a una u otra alternativa, reconozco que ninguna de las dos me resultaba del todo atractiva. Así fue que comencé a pensar en un modo distinto de hacer política. La política de los hechos, la acción concreta, la transformación de la realidad misma. No el diseño de recetas o planes para aplicar en algún promisorio futuro, luego de la toma del “poder”. No el sacrificio del presente en aras de un futuro mejor.

Yo no había conocido, desde un punto de vista social, colectivo, nada peor que aquel fin de década. Nada peor que aquel presente y paradójicamente, nada mejor que todo presente. Lo más grato del pasado puede alegrarnos solo cuando se hace presente. Aún los mejores anhelos de un tiempo por venir son producto del presente.

En aquel presente comenzamos a soñar con no dejar de soñar. Nuestra meta no era económica. Si bien necesitábamos que nuestros números cierren, el objetivo no era, ni es el lucro. Igual que siempre el objetivo habría de ser calidad de vida para todos, aunque aquel todo no fuera todo lo amplio que deseabamos.

Es cierto que no éramos muchos, pero nunca se trató del accionar de un grupo que pone las carretas en circulo para defender sus intereses, sino de un núcleo abierto, dispuesto a explorar con generosidad las posibilidades de lo colectivo desde el pequeño lugar en que nos encontrábamos. Tratar de crecer y si fuera posible, facilitar crecimientos.

La idea era, negarse a perder.

¡No nos excluyan! Nos vamos solos.

“Hay que programar la auto exclusión” decía Queto.

El Proyecto Delta, habría de ser un lugar para vivir, trabajar, disfrutar, soñar y desarrollarnos en forma colectiva. Una especie de pequeño país, en el cual la calidad de vida de unos no se edificara sobre el sufrimiento de otros. Un modesto lugar donde poner en práctica los mejores deseos del ser humano, ese tipo de deseo que parece destinado a no ser.

¡Si eso fuera posible, si fuéramos capaces de concretarlo, va a tener un valor político! Porfiaba el sistema publicitario interno del Proyecto Delta.

¡Y sino, por lo menos nos divertimos! Planteaba alguien más humano, menos dramático.

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